Encontrando una cadencia intercultural

Encontrar implica buscar, ya sea con respuestas satisfactorias o no tanto. Una cadencia es una armonía. Hoy en día la interculturalidad se denota como algo latente en nuestro entendimiento del mundo. Busco encontrar una perspectiva latente y armónica.

Sunday, June 24, 2007

El amor no es como lo pintan

El amor es también una cuestión cultural. No hace poco más de un año que de repente me vi felizmente involucrada sentimentalmente con un amigo de largo tiempo. Las cosas se dieron espontáneamente y casi sin percatarnos ambos, paseábamos ya por el sendero del amor. Él no hace mucho que se ha mudado a Francia para llevar sus estudios a un nivel superior mientras yo permanezco en mi país nórdico llevando a cabo los míos. Aparte de la distancia nos han separado factores comunes a estudiantes: el pequeño presupuesto común a nuestro rango y la poca posibilidad de trabajar y ganar lo suficiente como para poder permitirse viajes frecuentes.
Sin embargo, la relación ha funcionado. Ambos aceptamos la situación y aunque a veces es difícil, nos resignamos a la realidad y trabajamos duro para realizar nuestros sueños. Estamos ahí moralmente el uno para el otro a pesar de sentir a veces que enfrentamos solos nuestros problemas, pero lo vemos como una factor unificante, pues sabemos que ni separados ni juntos las cosas se arreglan por su cuenta. La relación no es imposible, gracias a los medios de comunicación de hoy la comunicación fluye sin obstáculos, excepto las pequeñas riñas comunes a cualquier pareja.
Mi historial de relaciones de pareja es colorido. Debido a mi legado cultural, ha sido difícil encontrar a alguien que sea afín a mis ideas. La cosa no ha sido facilitada por mi ardor altruista en pro de un mundo mejor y con más educación, mi vegetarianismo, mi desavenencia a profesar una religión establecida, mis ideas un tanto radicales, mis exigencias sexuales también. No soy una persona fácil, soy independiente y extremadamente selectiva en relación a mis amistades. El variado repertorio se ha compuesto de prospectos de Finlandia, Irlanda, Rumanía y Holanda e incontables amistades de incontables países. Mucho amor, pero poca satisfacción de mi parte. Para mí una relación no es como en las películas de Disney, donde el amor vence toda dificultad. Es mucho más que eso. Es compartir ideas afines y si no se comparten todas, de menos entendimiento y respeto mutuo. Dentro de lo que cabe, cada nacionalidad me ha querido bien, dentro de su márgen de entendimiento. Los nórdicos me han querido hacer feliz, pero les es muy dificil comprender a la gente latina en su totalidad, el irlandés heredó la tendencia de su padre a ser muy posesivo y recurrir hasta a la violencia para mantener la relación "viva", los rumanos y yo nos entendemos bien, pero las heridas del comunismo no han sanado, el representante de los países bajos no pudo comprender mi temperamento y ardor. A pesar de todo, el factor obstaculizante subyaciente ha sido la lengua y el entorno cultural de ésta. No me es problema comunicarme en otros idiomas, pero ningún idioma, aparte de mi lengua materna, me hace sentirme completa. Como estudiante de lenguas aprecio los matices de la lengua, el colorido que le dan a la comunicación, los grandes contextos que pequeñas exclamaciones contienen, el contenido cultural que encierran. No puedo darme a entender de la misma manera con un español que con un representante de mi Madre Patria. Aún dentro del mismo enclave cultural, se encuentran grandes diferencias lingüísticas que en mi caso son realizables con gente de mi mismo grupo cultural.
Así pues, se me dio el regalo de reencontrarme con alguien con quien he compartido una amistad de largos años, muchas experiencias comunes, ideas afines, entendimiento lingüístico.
Curioso, empero, es el hecho de que yo definitivamente me negué la sola idea de involucrarme con alguien de mi mismo origen. Las ideas católicas y conservadoras de ese entorno me causaban repulsión, aparte de las ideas anticuadas en lo que refiere a las relaciones de pareja y la gran hipocresía que las caracteriza desde mi punto de vista europeo. Me juré terminantemente que nunca me involucraría con nadie, ese tema no lo tocaba ni con la más loca de mis ilusiones. De hecho, hasta pensé que lo mejor para mi sería conocer a alguien de un entorno spanglish, alguien que dominara el inglés y el español y sin identidad tan fuertemente atada a herencias tribales. Prisa alguna por encontrar pareja no tenía. Confiaba totalmente en que si se da, se da, si no, pues no se me desgastaría la vida por eso. Miedo a la soledad, no le tengo ni he tenido razón por tenerla. La vida me ha dado grandiosas y hermosas amistades con quienes tengo mucho que compartir.
En fin, de repente me fui a pasar una semana a una ciudad europea y mi amigo aceptó la invitación a venir también. Un amigo de tanto tiempo era para mí ya una relación familiar, el primo que nunca tuve, la persona con quien de repente cambiaba unas palabras en línea. No se me ocurrió jamás pensar en algo más con él. De repente las cosas cambiaron. Me vi en la empresa de enfrentar sentimientos que de repente fueron mayores a mí, una sensación de felicidad por poder comunicarme en mis dos idiomas más fuertes con él sin problema alguno, a tener sexo en mi idioma, lo cual fue extraño, pero singularmente aligerante. El hecho de sólo ser, lo cual es posible de una manera absoluta en mi lengua, fue una experiencia nueva y deleitante, aparte de compartir abiertamente mis ideas y ser aceptada como soy teniendo como base una algunas veces hermosa, algunas tortuosa, pero rica amistad.
El amor es algo muy personal, algo que sólo uno se puede explicar a sí mismo. Muchas veces he envidiado a gente de un sólo orígen, quienes han encontrado pareja de manera menos complicada por tener una vida menos atiborrada de experiencias. Pero cada quien quiere recibir lo que puede dar. Puedo dar mucho gracias a mi legado, pero también quiero que el receptor pueda asimilarlo y darme sentimiento de integridad relacional. No me satisfago con poco y eso ha sido en gran parte gracias a mi riqueza cultural. El amor pues, es también cosa cultural, es más que dejarse fascinar por los encantos del otro, es también saber dar con integridad lo que hemos asimilado a través de nuestras vidas.
Contenta estoy, pues, de que todo hasta aquí haya ido bien, de que sienta que las cosas marchan por buen camino. Aceptar mi integridad cultural ha significado también aceptar a alguien más en mi vida con sus defectos y cualidades.
He crecido culturalmente y relacionalmente.

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